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EL TIEMPO DE SER NIÑO

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       Es una entrevista realizada a Carl Honoré que habla de la importancia de saber cuidar a los niños durante su infancia. Carl Honoré es un joven periodista que se ha convertido en uno de los analistas más lúcidos e influyentes de nuestro tiempo. Sus dos primeras obras, Elogio de la lentitud y Bajo Presión, se han traducido a treinta lenguas y son éxito de ventas en muchos países. Actualmente está inmerso en la escritura de su tercer libro que probablemente llevará como título Slow fix (soluciones lentas).

El escritor hace una valoración de cómo ha cambiado la infancia en las últimas décadas y destaca que para él, el rasgo más significativo es el control de los más mínimos detalles en la vida del niño. Los padres cuidan y protegen exageradamente  a sus hijos, los preparan para el futuro y se  crean una imagen del niño perfecto pero a su vez no son capaces de imponer disciplina, han perdido la capacidad de decir no. Pasan mucho tiempo con los niños, enseñándoles cosas, llevándoles en coche de una actividad a otra, pero no el suficiente estando, simplemente estando, es decir, escuchándolos, jugando o charlando con ellos.

¿A qué se debe esta situación? Principalmente a dos tendencias históricas que se han incrementado en los últimos años. Una de ellas es la globalización de la economía. El mercado de trabajo es ahora más inestable y esa incertidumbre genera mucha ansiedad. Esto se manifiesta en un impulso para equipar a los niños para el futuro de un modo desmesurado. La segunda tendencia es la cultura del consumismo, que nos impulsa a quererlo todo y además todo perfecto. La vida moderna nos impone a todos un ritmo muy rápido y no acepta el error ni el fracaso. La infancia es un espejo, refleja lo bueno y lo malo de cada sociedad.

Entre todos hemos creado un ideal estándar del niño perfecto: muy organizado, muy ocupado, siempre haciendo cosas controladas y supervisadas por adultos y esto no les permitirá desenvolverse con facilidad a la hora de resolver problemas cuando sean adultos. Los padres continúan dirigiendo a sus hijos incluso para elegir trabajo, de ahí que en España haya una cifra record de universitarios que abandonan sus estudios el primer año de carrera. Estamos acostumbrando a los niños a tener siempre un supervisor encima que controle lo que hace y cómo lo hace y no permitimos desarrollar su autonomía. Los niños están cada vez más “adultizados” y a la vez más infantilizados. Por un lado, les presionan para que consigan logros cada vez a edades más tempranas y se comporten como adultos. Por otro,  les infantilizan manteniéndoles en una burbuja, no les dejan asumir riesgos ni salir solos a la calle por lo que pueda ocurrirles.

Para solucionar esta situación debemos promover una infancia “lenta”. Es una especie de equilibrio. Los niños necesitan estímulo, presión, competición, estructura, pero sólo de vez en cuando, no siempre. También necesitan espacio para explorar el mundo a su manera, a su ritmo, para crear, inventar, incluso para aburrirse.

El sistema escolar también ve a los niños como proyectos porque forma parte de la sociedad tan controladora en la que vivimos que no deja espacio para descubrir quién eres realmente, para crear. Continuamente hay exámenes, calificaciones y datos que memorizar. A los políticos les encantan las cifras, las comparaciones, las clasificaciones y los exámenes responden a esa necesidad de control, pero estos resultados son una herramienta limitada. Crean una ilusión cuando en realidad no dicen mucho sobre las habilidades y aprendizajes reales. Los niños evolucionan a diferentes ritmos y meterlos en cajas les limita, es como si se les repitiera “no eres bueno, no vas a conseguirlo”.

Por tanto, es la escuela la que debe abrir las mentes en lugar de cerrarlas, exponer a los niños al mayor número de ideas, de formas de pensar, enseñarles a apreciar el aprendizaje, a interesarse por las cosas, a hacer preguntas y ser curiosos. Así que como futuros maestros debemos ayudar a cada niño a encontrar su camino, a descubrir sus gustos y capacidades, ofreciendo a todos las mismas oportunidades, e incrementando su capacidad de ser creativos y resolver problemas. Un buen método para empezar a aplicar esta mentalidad es eliminar el currículo dejando únicamente una estructura con unos puntos esenciales que formen base sólida que sirva del mismo modo para todos, pero que en el resto de recursos educativos haya libertad para amoldarse a las exigencias y necesidades de los alumnos.

Os aconsejo que veáis el video ¿Bailamos? que trata de una forma muy clara y divertida el tema de la relación padres-hijos.

 


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